El día, de entrada, no prometía. En pleno agosto, en mitad del puente más esperado del año, el día antes de la fecha por excelencia, donde en todos y cada uno de los lugares, pueblos, comarcas, villas y ciudades de Galicia hay una pequeña, mediana o gran fiesta/verbena...y está lloviendo.
"Esto es Galicia", dirán muchos.
¡ Y un cuerno !
El gobierno debería de sacar un decreto ley que prohibiese la lluvia y las bajas temperaturas en puente de agosto.
Un día como este, uno tiene que estar seis horas torrándose al sol en la playa, para luego ponerse un pantalón de blanco lino, sandalias y una camisa bisbalera, y pasarse otras 6 horas torrándose con el bochorno de los locales donde te tienes que atiborrar depredando pimientos, pulpo, calamares, tortilla con chorizo, vinito que venden como bueno, y hacemos como que nos lo creemos, y por ultimo, llegar a casa muerto de cansancio y perpetrar un coito. O dos si son pequeños.
Y en lugar de eso, con esa llovizna infinita sólo te apetece quedarte en casa tirado en el sofá haciendo zapping, con una mantita y un colacao.
Estoy tan indignado que no se si pillarme la tienda de campaña e instalarme delante del ayuntamiento.
Así y todo, uno intenta verle el lado positivo a las cosas aunque a priori no lo aparente y, con vaqueros, camiseta, sudadera, gorra y la reflex, me hago sesenta y dos kilómetros para ir a pasar la tarde con mi novio a Baiona.
Llego, recojo al mozo, y nos vamos a dar una vuelta. En coche. Es que, teniendo en cuenta el clima, todo el mundo se ha atrincherado en las cafeterías y la idea de formar parte de ese bullicio no me excita lo más mínimo.
Qué manía tiene la gente de hacer siempre lo mismo, cuando no tiene planes ni imaginación para montarse un plan:
- ¿Que hacemos?
-No sé...¿vamos a tomar un café?
-Vale.
¡ Pues menudo logro !
El café es para antes o después del plan. No es el plan.
Pero gracias a eso, descubrimos una futura ruta senderistico-bicicletera, fruto de la casualidad y mi afán de meterme por caminos por los que nunca he ido.
Un par de horas de coche después nos vamos a cenar y bajamos a ver los fuegos artificiales.
Son las fiestas de Santa Marta, y una pequeña verbena amenaza la localidad, al sonque marca la banda de música de nosedonde, para, a las doce en punto, comenzar la tirada de fuegos artificiales.
Monto el trípode, ajusto equipo y a disparar en a velocidades largas y sensibilidades bajas. De manual, vamos...
Y no se lo he dicho, pero en medio de aquel momento, algo dentro de mi, me ha recordado la suerte que tengo de haberlo conocido.
Algo bueno tenia que tener esta porquería de clima.
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