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miércoles, 20 de octubre de 2021

Ocho Horas de quejas...al día

Todos en general somos un poquito cabrones.

Sobre todo por teléfono, cuando sabemos que nuestro interlocutor está amordazado laboralmente y que no puede ser tan hijoputa como nosotros por que se puede jugar el puesto.

Llamar a un cetro de atención al cliente y disfrutar intentando bacilar, a quien nos saluda al otro lado de la línea: en ocasiones escogiendo cualquier opción al azar -en lugar de prestar atención a las opciones que se nos facilitan-, para quejarnos luego, cuando nos indican tras la espera, que nos hemos equivocado de opción,  y exigir que sea esa persona la que nos pase con el departamento correcto, a pesar de que nosotros hemos cometido el error y esa persona nos indique que no puede o no le está permitida esa transferencia.

Quejarnos de como ha subido el precio del servicio (sea el servicio que sea), por si cuela, para que nos hagan un descuento de cualquier tipo, desconociendo que tenemos congelado el precio actual o que incluso se nos ha reducido, -o ampliado sin coste-, alguna cobertura, por que realmente nunca nos hemos molestado en saber qué pagamos exactamente. El caso es quejarse.

Incluso llamando a una compañía de la competencia por error, creyendo que llamamos a la que tenemos contratada,  y montándole un pollo por teléfono a la primera persona que nos atienda.

Mentir indicando que una competencia con la que nunca nos hemos comunicado nos facilita ese mismo servicio mucho mas barato, sin saber que la persona que nos atiende está de vuelta y media y conoce todos los precios propios, y de la competencia. Cada uno conoce su sector mejor que alguien que no trabaja en él.

Describir una serie de errores, interrupciones o deficiencias que nunca han ocurrido en el servicio que tenemos contratado, o exagerar terriblemente las reales, añadiendo una buena dosis de daños y perjuicios por que no nos funciona la wifi mientras estamos cagando,  para intentar que nos hagan un descuento en lo que sea, sin saber que esa persona puede comprobar que  todo lo que le estamos diciendo es falso y que no está en su mano aplicar cambios en los precios o tarifas que decide alguien que cobra un poco mas con despacho  propio.

Abroncar, cual toro de miura a la persona que nos puede ayudar a solucionar un problema, sin tener en cuenta que esa persona nos ayudará a pesar de nuestra mala educación por que es su trabajo, aunque quizás seria mucho mas eficaz aportando amabilidad por nuestra parte, en lugar de ser un auténtico gilipollas gritando y amenazando, sin saber que de esa forma nuestro interlocutor querrá terminar cuanto antes la llamada y le dará igual nuestro problema.

Haber estado esperando 3 minutos y empezar quejándote de la media hora que llevas esperando, sin saber que esa persona que nos atiende sabe en todo momento cuantas llamadas hay en cola y cuanto tiempo lleva esperando cada uno.

Llamar 2 minutos antes del final de la jornada por que nosotros ya estamos tirados en el sofá de nuestra casa con una mano en el teléfono y la otra en los huevos, dándonos exactamente igual que esa persona que nos atiende, saldrá tarde de su trabajo y todavía tendrá que llegar a su casa.

Ser unos cabrones por teléfono se ha convertido en deporte nacional. Marca España. Símbolo de un declive educacional.

Pero todo vale si podemos fingir que nos cambiamos a otra compañía si nos rebajan un 2% que en la práctica son 75 céntimos.

Eso es lo que vale nuestra educación: Unos céntimos.

Pero sobre todo, es el creerse vencedor de una batalla dialéctica en la que jugamos con la injusta desventaja de poder decir lo que se nos antoje, sabiendo que la otra persona, por contrato, tendrá que aguantar cualquier gilipollez que se nos pase por la cabeza. Un breve secuestro telefónico donde retenemos durante unos minutos a alguien que sabemos que no se podrá defender, y que no habrá consecuencias para nosotros.

Y ese colofón: El de aplicar la puntuación mas baja a la encuesta tras la llamada, pregunten lo que nos pregunten.

Qué mas da, ¿no?

Que se joda ese desconocido. 

Los teleoperadores saben mas de lo que dicen. Por que si pudiesen hablar en libertad, nos dirían lo gilipollas y embusteros que somos. Serian capaces de enumerar sin parpadeos, todas y cada una de las imprecisiones, errores o directamente mentiras que hemos intentado colarles.

Podrían incluso  inventar nuevos sinónimos para describir lo tacaños, egoístas e ignorantes que podemos llegar a ser, lo poco que apreciamos el trabajo de los demás, y sobre todo, lo patéticos que somos. 

Pero no lo dicen...por que no pueden.

Y por que si pudiesen, tampoco lo harían.

Tienen mas educación que cualquiera de las hordas de capullos que atienden cada tarde "exigiendo" cualquier tipo de mejora o descuento, o poniendo en tela de juicio las capacidades intelectuales o competencias laborales.

Estoy convencido que cualquiera de esas persona que nos soportan a puñados ocho horas cada día por apenas ochocientos euros brutos y pagas extras prorrateadas, sueñan con llegar a cada unos de nuestros trabajos y abofetearnos mientras nos deletrean todos nuestros defectos en el trabajo. Por que seguro que todos la cagamos de vez en cuando. 

De hecho, podrían hacerlo:

Tienen nuestros datos, todos tenemos redes sociales. No sería muy difícil saber donde trabajamos y que convirtiesen en una forma de eliminar su stress el venir a vacilarnos a nosotros a nuestros trabajos. 

Pero cara a cara, que seguro que ellos tienen mas entrenamiento que los que nos escondemos tras una lineal telefónica.

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