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domingo, 8 de abril de 2012

De decepciones

Estoy decepcionado.
Muchas veces creí haber conocido realmente el significado de esa palabra pero, nada más lejos de mi realidad.
Cuando creía haber estudiado tanto para aquel examen, en el que además había puesto dosis extra de tesón, empeño e ilusiones pero que, finalmente, suspendí, no obtuve una decepción.
Quizás así lo creí entonces, pero realmente estaba...desilusionado.
Aunque quizás, -no lo niego-, en aquel lejano momento me creí poseedor de la mayor de las decepciones.
No, para nada. Era muy joven. Todavía me quedaba mucho camino hasta encontrarme de bruces con esta sensación.

Seguramente, con el transcurso de los años, me volví a encontrar nuevamente con el significado de esa palabra. O posiblemente me lo fui creyendo, a medida que me topaba con situaciones similares.
Imagino que tampoco me sentí realmente decepcionado ante mi primer desamor. Seguramente, por que aquello no era un amor verdadero. Era, tan sólo el primero. El segundo amor, que mejor recordaré siempre.

Tampoco ante la muerte, cuando me tocó tan de cerca. Cuando aquel al que calificaba de "mejor amigo" me deja para siempre, sin despedirse, atrapado entre los hierros de un ciclomotor, siento rabia, impotencia, ira...pero no decepción.

Cerca, muy cerca estuve de empaparme en decepción, muchos años después, cuando el punto en el que se encontraba mi estabilidad emocional y social, el lugar que yo ocupaba en el mundo con respecto y gracias a todo el entorno que me ha rodeado a lo largo de toda mi vida, estalló sin previo aviso, haciéndome partícipe de un total, absoluto y oscuro vacío, aferrado tan solo por una cuerda, que la persona que mas quiero, sostuvo con tanta fuerza para no dejarme caer en un abismo infinito.
No...no había lugar apenas para la decepción. La práctica totalidad del espacio estaba ocupada por la desilusión y por la ira.
Y por el desamparo.

La decepción llegó justo como debe de llegar para que el sentimiento sea intenso y duro. Para que sea agonizante y lento: Sin avisar

Así, cuando creí que me conocía lo suficiente, después de haber vivido cerca de 38 años, cuando creí que ya nada puede hacer que se me mueva ni un pelo, cuando realmente las arrugas de mis manos habían trazado por fin mi camino a seguir, la ruta principal que me llevaría a una vejez, un virulento sentimiento de decepción ha invadido mi mundo con una fuerza tal, que he recordado lo que sentí en aquella escuela hace 27 años, cuando me preguntaba dónde estaría y cómo seria mi vida, dentro de 27 años.

¿Será esta la respuesta que tantos años llevo esperando?
¿Estaré sumido en un estado puro de decepción, o quizás se trata de algo probablemente mas intenso que antaño, pero no lo suficiente como para creerme en posesión de la pureza de ese sentimiento?

En el fondo sé que la respuesta dependerá de la decisión que tome: Darme por vencido, o luchar.

La primera opción es dolorosa. Rendirme implica conformarme. Dejar de vivir y limitarme a ser un mero espectador de las vidas ajenas. Ir en el asiento de atrás, sin opción a decidir el destino.
Realmente es una opción deprimente y aburrida. Vivir el resto de mi vida de los recuerdos de lo que me gustaría haber vivido, sería una muerte en vida.

La segunda opción es arriesgada. Yo suelo evitar el riesgo.Pero mediante esta opción, tendré acceso a dos finales: El malo, que me llevará nuevamente a la primera opción, y el bueno, que es el que quiero alcanzar.

Luchar es querer cambiar la realidad por una mejor. Es ayudar, aunque en ocasiones ceas que no te quedan más fuerzas. Es lograr pequeños objetivos diarios, como llegar a casa después del trabajo y poder mirar a los ojos a la persona con la que has decidido compartir el resto de tu vida, a sabiendas de que no oculta ningún secreto. Creernos totalmente libres, sabiéndonos encasillados en un mundo en el que, al igual que todos los demás, somos completamente diferentes e individuales.
Luchar es valorar y agradecer lo ajeno. Sonreir sinceramente. Discutir y reconciliarse. Abrazarse, besarse, aburrirse y divertirse, disfrutar del silencio, del fuego de una chimenea, de la soledad en compañía, de una abeja en una puta flor...Luchar es vivir ¡¡¡

Y aunque creo que este pobre cascarón no soportará otra lucha tan encarnizada como la que he emprendido,   espero que nunca sea necesaria.

Realmente, no tengo tanta curiosidad por conocer lo que siente plenamente un decepcionado.

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