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jueves, 5 de octubre de 2017

El Karma, ese gran hijo de puta.

El Karma es mentira.

Ese es el resumen. Según los protocolos, normas o reglas que regulan lo relacionado con el karma, a una persona buena, no le pueden ocurrir cosas malas.

Pero no es verdad.

Mi amigo Alejandro es, -con diferencia-, la persona que aglutina en un solo cuerpo, mas bondad, más humildad, y mas nobleza, de todas las personas con las que he coincidido en mis 42 años.

Es tal el respeto y la admiración que me provoca, que resulta totalmente imposible no desear su vida.

Excepto hoy. Hoy no deseo su vida.
Por que su vida hoy está llena de un sufrimiento que no puedo imaginar y, por supuesto, no soy capaz de sentir. Un dolor que imagino punzante e injusto a partes iguales, mientras el karma observa con indiferencia.
Una sensación a la que poner cualquier adjetivo, pero sobre todo ese: Injusto.

Me gustaría que su dolor fuese de alguna forma transferible. Sería el primero en solicitar mi cuota, mi trocito para que su carga fuese algo menor.

Una vez deseé durante cada una de los cientos de estrellas fugaces de aquella noche de verano, bajo exactamente la misma circunstancia, que todo fuese un error medico, que ocurriese un milagro, que el telediario diese como primera noticia que se había encontrado la cura para esa enfermedad silenciosa...

Pero no ocurrió nada, salvo lo que estaba previsto que ocurriría.

Luego observé como los demás aprendían a vivir con la ausencia. Como cambiaron sus vidas en lo emocional, y aprendieron cosas que en el fondo todos llevamos en los genes de forma inconsciente, y que los demás aprenderemos cuando pasemos bajo el mismo yugo.

Los que solo observamos, solo podemos observar. Esperar a ser necesitados o comprender que no lo seamos.

Pero durante todo ese proceso, el karma no hizo nada.



La estrellas fugaces no cumplen deseos.
El Karma es mentira.


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